Hoy les traigo un cuento que habla de los orígenes del colibrí, claro, según mi imaginación, no es leyenda ni nada. Ojalá les guste.
EL COLIBRÍ
Hubo una vez un guerrero, fuerte y feroz como ninguno,
ganador de mil batallas y orgulloso de su oficio.
Platicaba con su hombre sobre morir en batalla y liberar su
alma guerrera, volver a la naturaleza y
vivir una vida siguiendo sus instintos
- Yo
renaceré como un coyote – decía uno de ellos
- Yo
estoy seguro de que seré un lobo solitario – decía uno de los más viejos
- Pues
yo seré un enorme toro – decía uno pequeño pero fornido
- Jaja
– reían los demás – más bien serás un armadillo
- Yo –
interrumpió el guerrero – quisiera ser un águila o un halcón, quiero ver
el mundo diferente
el mundo diferente
Todos guardaron silencio ante tal momento en se podía ver en
los ojos del guerrero aquel anhelo de ver todo desde los cielos en completa
libertad
- Y por
supuesto, seguir destripando cosas con mis propias manos – dijo el
el guerrero para no verse demasiado solemne.
el guerrero para no verse demasiado solemne.
Después de ese momento pasaron muchas lunas y varias
batallas, defendiendo a su pueblo de quienes quisieran invadirlo.
Casi siempre entrenando o en los bosques paseaba poco por el
pueblo, pero los miraba desde lejos, admirando la grandeza que él y otros se
dedicaban a defender, pero había una parte que su vista no alcanzaba, pero que
recordaba de su infancia.
Desde que se convirtió en un guerrero no visitaba el mercado
pero sus colores y sus olores seguían fuertes en su memoria y a veces cuando
estaba solo dejaba ir un suspiro y se imaginaba ahí, disfrutando de aquello por
lo que estaba dispuesto a dar la vida.
Entonces, como si los dioses supieran de ese deseo y de los
deseos de los demás guerreros – porque todos los verdaderos guerreros buscan la
paz – llegó un periodo de tranquilidad y pudieron ir todos a sus hogares.
El guerrero tomó sus armas y se dirigió al pueblo con una
sola cosa en su mente: visitar el mercado y llenarse el pecho con los olores de
su infancia y su estómago con comida de verdad.
Caminó por los pasillos del mercado y la gente lo miraba con
respeto, pues sabían lo que hacía por ellos, él les sonreía y seguía caminando;
algunos lo invitaban a comer y otros le regalaban frutas y él agradecido tomaba
un poco de cada cosa.
Mientras tanto, otras dos personas también caminaban por
ahí, vendiendo flores y algunas hierbas medicinales; eran una anciana y una
joven que siempre la acompañaba.
La anciana siempre le hablaba de flores y de las propiedades
de las plantas que llevaban en su canasta y la joven, amante de las flores,
siempre escuchaba con atención.
De pronto la anciana se detuvo, movió la cabeza como si
buscara algo, sonrió con su boca chimuela y se dirigió a la joven
- Niña
– le dijo – regálale una flor al muchacho, una flor roja.
El guerrero estaba de espaldas, hincado frente a un puesto
de frutas buscando algo dulce, que encontró cuando la joven tocó su hombro y
sus miradas se cruzaron.
Ninguno de los dos habló y de pronto todo parecía estar en
silencio, y es que uno no habla cuando la magia está pasando.
- Una
flor – dijo la joven con voz temblorosa – una flor, de parte de la anciana.
Puso la flor entre las manos del guerrero y salió corriendo
a tomar el brazo de la anciana.
- ¿Cómo
supo? – preguntó la joven a la yerbera ciega
- A mi
edad – respondió la vieja – una ya sabe muchas cosas – dijo y se soltó a reír
El guerrero por su parte, empezó a sentir en su pecho los
tambores de la guerra, como antes de una batalla y se levantó de un salto.
Siguió a la yerbera y a la muchacha hasta la casa de la
vieja y esperó a que la joven saliera y se acercó a hablarle.
Y hablaron y rieron, y se miraron a los ojos y guardaron
silencio, y hablaron más y dejaron que se juntaran sus corazones.
Pasaba el tiempo y las palabras iban cambiándose por abrazos
y tomarse de las manos, porque eso hace el amor, disuelve las palabras y nos
deja comunicarnos de maneras más directas y sinceras.
- ¿Por qué te gusto? – preguntó
ella un día
-
Porque eres dulce – dijo él sin dudar – hueles como las flores, fresca y dulce
y
tus besos me saben a frutas; a mango, a sandía, a todas las frutas dulces, me
sabes a miel; quiero probarte por siempre, quiero llenarme de ti toda la vida.
tus besos me saben a frutas; a mango, a sandía, a todas las frutas dulces, me
sabes a miel; quiero probarte por siempre, quiero llenarme de ti toda la vida.
Casi todos los días estaban juntos y hablaban de vivir una
vida compartiendo todo, pero así como la guerra, la paz tampoco dura para
siempre.
Él tuvo que partir para librar otra batalla, pero la dejó
con la promesa de que volvería para estar a su lado para siempre.
Y el guerrero partió, con la firme convicción de defender
una vez más a su pueblo, ese lugar en el que conoció el amor y lo abrigó desde
pequeño.
Mientras marchaba a la guerra metió la mano en su morral y
se encontró con una nota de su amada, que comprendía su profesión aunque fuera
la mejor
“Mi
guerrero” – decía – “si has de morir antes que yo, quisiera
convertirme en una flor, para descansar sobre tu pecho allá
en tu tumba”
convertirme en una flor, para descansar sobre tu pecho allá
en tu tumba”
La batalla comenzó y todos lucharon con valentía, pero el
enemigo no conocía de honor y con trucos sucios lograron herir al guerrero.
En medio del campo de batalla se arrodilló con el pecho
manchado de su sangre y le pidió a los dioses que cuidaran de su amada.
Los dioses sabían que él era valiente y honorable y sabían
también cuanto amaba a su mujer y decidieron cumplir los deseos de los dos.
Al morir el guerrero, su alma salió de su cuerpo en la forma
de un halcón, que voló directamente hacia su pueblo para poder ver a su amada.
Se posó en un árbol observando y vio como llegaban a darle la noticia de su
muerte.
Ella, desconsolada, empezó a marchitarse, como si le urgiera
reunirse con el guerrero; sin más fuerza en su cuerpo se acostó en el suelo y
empezó a desvanecerse.
Era la magia de los dioses, que la estaban transformando en
un árbol lleno de bellas flores, para que pudiera seguir siendo bella y dulce
como lo había sido en vida.
Al ver esto el guerrero, convertido en halcón, voló hacia lo
más alto y más lejano para poder hablarle a los dioses.
Llegó hasta ellos, cansado y sediento y lo reconocieron
enseguida
- Pasa, noble guerrero y sacia
tu sed – le dijeron mientras le ofrecían bebidas
refrescantes
refrescantes
- Gracias – respondió – pero la
sed que tengo solo podría saciarla con los besos
de la joven a la que convirtieron en árbol
de la joven a la que convirtieron en árbol
Los dioses lo miraron extrañados, pero él siguió hablando
- Vengo
a pedirles, dioses de mis ancestros, que me conviertan en cualquier
insecto o en lo que sea, con tal de probar de nuevo su dulzura.
insecto o en lo que sea, con tal de probar de nuevo su dulzura.
El más viejo de los dioses lo escuchó a lo lejos y se acercó
a él, mirándolo como un abuelo mira a sus nietos
-
Siempre fuiste ágil en batalla y muy valiente – dijo con su anciana voz –
mereces
ser un halcón
ser un halcón
Luego aquel dios respiró profundo y miró a los ojos al
guerrero
- Pero
veo en tu corazón que ya no es ese tu más grande deseo
Después de decir eso tomó al halcón y empezó a arrancar sus
plumas ante la sorpresa de los otros dioses
- En el
fondo siempre fuiste un niño pequeño, juguetón, con gusto
por las frutas y la miel.
por las frutas y la miel.
Tomó entre sus manos al desplumado halcón y le dijo
- El
amor que sienten tú y tu amada ha de perdurar por siempre;
y quedará simbolizado en esta vida y las que sigan por esta especie
que crearon con su amor.
y quedará simbolizado en esta vida y las que sigan por esta especie
que crearon con su amor.
Entonces aquel dios viejo abrió las manos y de entre ellas
salió volando un colibrí, con tanta prisa de besar a su amada que sus alas se
movían tan rápido que no podían ni verse.
Llegó hasta aquel árbol y puso su pequeño pico dentro de una
flor y volvió a probar el dulce de los besos que extrañaba tanto, y se emocionó
tanto que voló hasta otra flor y otra y otra, pues no se cansaba de probar los
besos de su amada.
Y fue así, que ante un amor tan grande, los dioses no
pudieron hacer más que dejarlos seguir juntos y hacerles un homenaje, para que
todos conocieran ese amor a través del colibrí.
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