julio 22, 2010

Eventos 3

Cuando llegué a casa me fui directo a la cama, ni siquiera me cambié la ropa, simplemente me dejé caer de espaldas invadido por la tristeza y con ganas de llorar, me boté los zapatos con los pies y como diría la abuela, me hice bolita y me quedé dormido.

Desperté bajo las cobijas y abrazando una almohada, sintiéndome fatal y sin ganas de levantarme, por suerte ya era sábado y pude quedarme otro momento en cama. Cuando me levanté estaba en un estado como de zombie, a tal grado que serví la comida del gato, solo para recordar que se había ido; eso me hizo recordar los eventos sucedidos y dirigir la mirada hacia el cajón de los cubiertos.

Lo abrí con calma, casi de manera ceremonial, escudriñe con la mirada entre los cubiertos y finalmente encontré lo que buscaba: el cuchillo aserrado que traje de casa cuando me mudé. Qué mejor manera de acabar con todo esto que con un objeto que estuvo conmigo cuando decidí, según yo, liberarme.

Con el párrafo anterior ya deben haberse dado cuenta de lo que es esto, una carta suicida que explica los motivos de mi salida, quizá cobarde para algunos, pero a como van las cosas, probablemente de todas formas muera un día de estos de una manera poco natural.

Si a alguien hay que culpar debe ser a la suerte, a la vida, al neoliberalismo, a la falta de empleos, en fin, todo es culpa de este entorno cada vez más podrido y por qué no, de mi poco aguante y falta de determinación ante los eventos, pero la verdad es que nunca he sido necio y para seguir con una vida como esta la necedad parece algo necesario.

Habiendo dicho esto, me despido de aquellos a los que pueda interesarles.

Adios.


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Una disculpa por la tardanza. Los días han estado un poco atareados (o sea, sin inspiración) y además estuve lejos del internet por una semana, pero aquí está finalmente la tercera entrega.

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