marzo 10, 2010

VIDA


 Sólo está completamente perdido aquello que ha sido tocado por la muerte

Las casas pasan a toda velocidad al lado de mi ventanilla, bueno, de hecho, mi ventanilla es la que pasa a toda velocidad al lado de las casas; cuando subí a este tren no creí que fuera a viajar tan rápido, la máquina se ve pesada y jalando tantos carros un velocidad como la que ha tomado ahora parecía absurda.

Hace tanto que subí que no recuerdo la fecha exacta. En el folleto parecía ser un viaje placentero, asientos amplios, una vagón comedor y otro cafetería, incluso un vagón con juegos y otro con souvenirs; la ruta a seguir prometía ser hermosa, montañas, valles, pequeños pueblos pintorescos, en fin, escenas que podrían inspirar a cualquier persona para convertirse en un artista.

Compré un boleto y abordé; en cada mano llevaba una maleta de cosas y bajo el brazo una cartera llena de billetes para no quedarme con ganas de nada, en cuanto a souvenirs, ya que con la emoción del viaje compré el paquete con todo incluido.

Un amable empleado del tren tomó mi equipaje y me llevó hasta mi lugar; en efecto se trataba de asientos bastante amplios, acolchonados lo suficiente para ser muy cómodos sin llegar a ser cansados, forrados de rojo de una tela sumamente suave; no pude  esperar más y me dejé caer con los brazos abiertos sobre mi lugar, en ese momento amé ese tren y me agradecí mil veces el haberme dado ese lujo.

El tren arrancó y sentí los nervios alterados, estaba feliz pero un viaje así suele poner nerviosas a las personas, pero lo olvidé pronto y me dispuse a disfrutar. Corrí la cortina de la ventanilla y mientras me relajaba en mi asiento observé el paisaje, un hermoso valle se dibujaba frente a mi, campos verdes contrastados con las tierras de cultivo, árboles altos y árboles más anchos, cada uno con su propia personalidad.

Sonreí. Lo hice como hacía tiempo no lo hacía y con ese sentimiento de felicidad y el vaivén del tren al moverse lentamente dormí.

Desperté con ansias de probar todos los servicios y me dirigí al comedor. El olor inundaba el ambiente y era delicioso, esencias de guisos y postres me rodeaban sin mezclarse, aún no probaba bocado y en mi boca ya se hacía una fiesta.  Esa tarde de nuevo regresé a mi niñez y me serví de todo y ya con la barriga llena asalté la bandeja de postres, después de todo, ¿quién en su sano juicio se resistiría a las galletas recién horneadas?

Ya con la barriga llena recordé ese viejo dicho, “después de un taco, un buen tabaco” y caminé pesadamente hasta la barandilla en el final del vagón y me encendí un cigarro. La primera bocanada me supo a gloria, al igual que las siguientes; estar en ese tren de alguna forma me hacía sentir todo más intenso, quizá por toda esa tranquilidad que sentía.

Ya entrada la tarde regresé a mi lugar y me recosté en el asiento; cuando estaba a punto de dormir una señorita empleada del tren se acercó a mi, creí que me diría algo por recostarme en el asiento pero solo dijo “¿puedo ofrecerle una almohada o un cojín?”, la miré con ojos de sorpresa y sin dudar pedí la almohada.

El siguiente día la luz del amanecer me despertó cálidamente y pude ver al sol salir de entre las montañas como hacía años no lo hacía. El viaje transcurrió de una manera espléndida y el servicio era tan bueno que de pronto me olvidé de disfrutar del paisaje.

Los juegos, la comida, todo era espléndido, incluso descubrí que ni siquiera debía salir de los vagones para poder fumar, así que dejé de hacerlo. El viaje de pronto se convirtió en un encierro sobre ruedas cuando descubrí que podía pedir el servicio hasta mi lugar.

Un día me di cuenta de que el viaje había perdido lo espléndido y se había vuelto rutinario, justo como la vida de la que me estaba escapando cuando compré el boleto.

Al darme cuenta de esto corrí la cortina para disfrutar de nuevo el paisaje pero no lo vi, solo podía ver un montón de rayones horizontales; me levanté y fui al otro lado del vagón y me asomé por la ventanilla, solo podía ver una que otro árbol seco moviéndose velozmente desde mi punto de vista.

Corrí por todo el tren y no encontré a nadie, todos habían bajado del tren, incluso el conductor; llegué a la cabina y recordando viejas películas de acción traté de accionar lo que me pareció el freno pero nada sucedió así que tiré de todas las palancas que encontré y no pasó nada; el tren estaba desbocado, completamente fuera de control.

De pronto llegó la última ciudad en el recorrido, los árboles se acabaron y a una mayor velocidad empezaron a surgir casas a los lados del tren.

Ahora que las casas terminaron sé que falta poco antes de que la vía termine y tengo dos opciones: saltar y probar mi suerte o quedarme y terminar entre lo que quede del tren después de chocar y descarrilarse.

No quisiera terminar de esta forma, pero ahora debo afrontarlo, no noté cuando todos bajaron y ahora debo lidiar con esto.

Salgo a ese barandal donde fumé el primer día y trato de encender otro cigarro pero la velocidad del aire no me deja encenderlo y en última instancia lo ha arrancado de mi boca y lo lanzó fuera de mi alcance.

¿Qué es lo que puede pasar si salto?, me pregunto; la respuesta parece bastante obvia, aunque no tanto como lo que puede pasarme si no salto.
No quiero pensar en esto.

Si pudiera ver el suelo sería más fácil pero solo veo borrones grises y negros, la velocidad y la noche hacen prácticamente imposible ver el suelo, de hecho, no se ve nada fuera de los vagones, ni siquiera  puedo ver el fin de la vía y eso hace crecer mi desesperación, ni siquiera puedo ver en que momento moriré.

Saltaré, lo he decidido. Pero, ¿y mis cosas? Debo ir por ellas, no, que tal si la vía se termina mientras voy por ellas… tendré que abandonarlas, no hay opción.

Respiro profundo.

Tengo miedo, me tiemblan las piernas.

Respiro profundo.

En esta situación, ¿qué más da si tengo miedo? Solo sé que no quiero acabar entre la chatarra.

Respiro profundo.

Subo una pierna y luego la otra al barandal y antes de perder el equilibrio salto a un costado del tren y el aire me golpea con violencia.

Quedo inconciente.

El sol trata de entrar en mis ojos y quiero mover una mano para cubrirlos pero no puedo, mi brazo está roto al igual que una de mis piernas, la otra está dislocada y seguramente unas cuatro costillas deben estar rotas.

Este dolor es la muerte.

No. El dolor me dice que sigo con vida.

Sigo con vida…

¡Sigo con vida!

No tengo nada conmigo, solo mi cuerpo maltrecho y mi vida pendiendo de un hilo.

No necesito más.

Sigo con vida.



1 comentario:

  1. Saz que fuerteeee
    chidita historia
    no maaaaaaaaaaaaa
    para reflexionar
    yeah.

    ResponderEliminar